A los familiares de los más de 228 mil muertos por el Coronavirus
Por Alfonso Ricaurte Miranda*
Sólo sabemos en su cruda magnitud, cuan profundo y doloroso es el vacío que deja la muerte, cuando el destino en su inapelable designio sentencia la vida de un ser querido.
Por eso, hablar de la muerte cuando nos toca de cerca siempre entristecerá el alma, pese al esfuerzo de los poetas para aliviar con su don literario, la pesadumbre por esa ausencia eterna y el de los científicos y filósofos para convencernos, que veamos a la muerte con la naturalidad de un hecho inherente al ciclo de la vida.
Tengo la certeza de que todos en el fondo de nuestro ser tenemos, afortunadamente, la disposición para aceptar, unos con más fortaleza que otros, esa inevitable conclusión del ciclo de la existencia.
Incluso me atrevo a asegurar que existe en muchos de nosotros, una mayor disposición a la aceptación de ese hecho, en aquellos casos en los que sea evidente que la muerte, es un alivio ante otras alternativas que no garanticen que la vida volverá a florecer.
Pero aclaro que esa aceptación de la pérdida, no blinda ni un ápice del dolor que causará la ausencia de ese ser querido, porque pese a los años que transcurran, lo lloraremos cuando afloren sus recuerdos.
La muerte de un ser querido en cualquier condición es inevitablemente dolorosa, pero lo es con más intensidad, cuando ésta llega en un momento en el que el destino se confabula con la fatalidad y las circunstancias te impiden dar rienda suelta al primer impulso de correr a su lado, abrazarte a él y darle el último adiós.
Cuando la pérdida de un ser querido ocurre así, la impotencia te derrumba, se ahonda aún más la pena, y al vacío que comienza a crecer desde ese momento en tu interior, se sumará el desconsuelo perpetuo por no haberte despedido.
Este es el efecto más lacerante que causa la actual Pandemia de Coronavirus que estamos sufriendo, porque ha impedido, por mandato sanitario, que familiares y amigos puedan despedir con el ritual que hace parte de sus creencias o con un último abrazo, a más de 228 mil personas que han muerto en el mundo, hasta hoy 29 de abril del 2020, que publico esta entrada.
Muchos han tenido que aceptar ver en sus últimos momentos a su madre, padre, esposo, esposa, hijos, hermanas, hermanos o familiar directo a través de pantallas de dispositivos móviles, ante la imposibilidad del contacto directo por el contagio.
Es en este instante donde sientes que te ahoga la impotencia de no poder estar allí, en ese único momento en que la irracionalidad del dolor nos permite consolarnos con la divina creencia de que su alma aún no se ha alejado lo suficiente y podrá escucharnos decir, que nuestro amor la acompañará por siempre en el camino que emprende hacia la ausencia eterna.
El mandato sanitario se impone a las razones del corazón y las creencias, por lo que los demás familiares no directos y amigos sólo pueden despedirse del cuerpo, viendo el paso de la carroza fúnebre rumbo al cementerio, en aquellos casos en los que no han escogido la incineración.
Algunos familiares se resisten a sepultar a su ser querido sin que tenga su ritual de despedida, convencidos por sus creencias religiosas o culturales, que sólo entonces es cuando su alma podrá abandonar el cuerpo y descansar verdaderamente en paz.
En España, desde donde escribo esta nota, son pocas las regiones donde se ha permitido que los féretros se conserven en los tanatorios, con la esperanza de que la epidemia conceda una tregua y se autoricen las ceremonias de despedida colectivas.
Pero como se sabe hay ciudades como Nueva York en los Estados Unidos, donde el desborde de las morgues de los hospitales y los tanatorios es tal, que las imágenes de entierros en enormes y extensas fosas comunes son desgarradoras.
Me consuelo refugiándome en mi convencimiento de que existe una justicia poética que hará que un día, esos seres queridos regresen, aunque sea por un instante para fundirnos en el abrazo de despedida que no pudimos darle, aunque después, cuando la magia poética se rompa, tengan que partir nuevamente al paraíso desde donde han regresado.
Mientras tanto, seguiremos alimentando nuestra fortaleza en los recuerdos para resistir la dolorosa realidad de que la muerte es para siempre.
* Periodista barranquillero residenciado en Madrid
Excelente forma de transmitir la triste realidad de esta difícil situación.
Muchas gracias. Y mucha fuerza para todos y sobretodo para los que viven en primera persona esta pandemia
Saludo especial. Hoy, la realidad nos sobrepasa, la pandemia es algo nuevo y el mundo no estaba preparado, porque la vida y la muerte adquieren más relevancia que nunca. Reconocer la preeminencia de esa premisa, quizá es algo que necesita el hombre.
Conmovedor relato de una dolorosa realidad. Una nota escrita con el sentimiento y la sensibilidad que hace mucho tiempo no leía en una crónica periodística. Gracias por compartirla y fortaleza a los familiares de los difuntos.
Gracias Juan Carlos por tu comentario. Esta pandemia mundial debe servir al hombre y a la civilización para mejorar. Cada pérdida enluta a una familia, una ciudad, y país; por eso, además de un sentido homenaje, será el comienzo de mejores seres humanos para el mundo.
por estás crónicas te considero uno de los mejores cronistas un saludo amigo
Danilo, tienes toda la razón. Alfonso Ricaurte Miranda es un excelente periodista y un orgullo colombiano que hace patria en el exterior.