Por: Ana María Pulgar
Periodista colombiana en Panamá
Camino en mi mente y no me detengo, revivo la historia de cada momento y empiezo a colorear mis recuerdos. Jamás olvidaré el día en que vine a mi segunda patria, Panamá. Era el país de las maravillas, los garajes de los edificios no tenían puertas, no había guardias, el carro se quedaba sin seguro. Todos los cafés llenos de amigos compartiendo y el sonido de varios idiomas en el aire como mezcla de merengue, salsa y reguetón, el verdadero crisol de razas.
Rápidamente encontré verdaderos ángeles en este país, amigos buenos, realmente mi otra familia. Durante 20 años he visto el crecimiento sin pausa de Panamá, haciendo parte productiva del mismo. Edificaciones majestuosas, macroproyectos propios de grandes metrópolis, “bendito país dolarizado”, grandes industrias, un aeropuerto en donde se movilizan miles de personas, a diario, del mundo entero, Tocumen el holding de las Américas.
Que bendición la mía, la nuestra, a solo 50 minutos de mi gran Colombia, de mi familia y amigos. Panamá, el país que atesora la 5 quinta maravilla moderna del mundo “Canal de Panamá, milagro que por ley divina se le permitió al hombre construir, para unir el océano Pacífico y el Atlántico por el mar Caribe. Embarcaciones gigantescas, casi que indestructibles, con banderas de todo el mundo haciéndose paso para cruzar.
Pero… de repente se escucha un murmullo que venía de un lugar jamás mencionado en nuestro lenguaje cotidiano (Wuhan), solo a lo lejos se decía: la China ¡Ese murmullo pasó a ser un comentario simple cuando tocó a la gran Italia, la del coliseo Romano y luego a España, la madre patria!
Sí, ese invisible no sé qué, tomaba posesión de lo no le pertenecía y llegaba para hacer daño. Luego, sin tener tiempo de pensar venía por nosotros, sentado en un avión en primera clase, o en clase económica, o tal vez de capitán de aviones a pisar el Holding de las Américas, a través de viajeros del mundo entero, cultos, eruditos, médicos, empresarios, estudiantes, amas de casa, sin importar sexo, nacionalidad o situación económica, solo necesita un cuerpo para convertirlo en víctima y quedarse.
De repente las luces se apagaron, la gran ciudad con lujosos carros de economía fulgurante, larga vida nocturna, se quedó inmóvil. Un silencio que ensordeció, un miedo al miedo, la inestabilidad ante los ojos; los primeros casos, ayer, manejados con discreción, hoy, con incertidumbre y angustia. Empezó el saqueo de algunos lugares, por desespero, las personas, algunas, haciendo caso a las nuevas reglas y decretos, otras, sin dimensionar el problema prefiriendo su beneficio salían a la calle, sin tener en cuenta que pueden ser culpables de que otra vida o la suya se apague.
Panamá se paralizó y, sin embargo, nos hemos mantenido con en la creencia absoluta de que todo está cambiando para bien y que seguiremos firmes ante la tribulación.
Los dos océanos se silenciaron, el tránsito de las embarcaciones no es igual, sus aguas cambiaron sus colores, pero la quinta maravilla del mundo moderno siguió en pie. Los océanos continuaron mostrando su grandeza de manera perfecta, las ardillas, los venados y ñeques caminaban altivos por las principales calles haciendo el más calmado recorrido.
Nadie salió, todos quedamos en pausa. Solo aquellos que estén preparados saldrán adelante.
Pero este país grande, ha sido ejemplo ante el mundo de valor, solidaridad y preparación.
Hoy tengo claro que el mundo que conocimos no es el mismo, que lo que fui no es lo que soy, y que cuando se abra la puerta de mi casa y logre salir libremente a las calles, cafés, centros comerciales, quiero también liberar mi alma y mi corazón de vivir sobregirado entre el resentimiento y el rencor, la culpa y el miedo.
Estaré preparada para continuar mi camino con el equipaje cargado de fe, en un mundo con maestría en el amor y solidaridad, con un país que viva en la certeza de ser mejor y con un mundo que viva en el agradecimiento.
Más duro que el silencio de los dos océanos, es el silencio forzado de nuestra mente cuando nos vemos obligados a escuchar con el alma los últimos suspiros de aquellos que, sin poder entender, se despiden de este mundo sin todavía saber a quién, en su transición al cielo, hay que culpar.
Lentamente vuelvo de mis recuerdos, de mi nostalgia, de mi duelo, a esta silla, al mismo lugar de donde nunca me fui.
Panamá querido, estoy aquí por ti y para ti.
No podemos resistirnos al cambio. ¡Bendito virus que solidarizaste al mundo!
Amor y espiritualidad que salen del corazón.
Excelente escrito.
La autora y el portal agradecemos estas palabras. Ana María Pulgar expresó lo que siente por Panamá, en este momento, especialmente difícil para toda la humanidad.
Así es Katrina. Ana María pone su corazón y su visión personal y periodística en este escrito. Un gran ser humano y una excelente comunicadora.
Orgullosa de ti ….Un escrito que trasciende en el tiempo y en los lugares de este País que hoy nos acoge hasta que Dios lo permita…
Katrina R.
Hermoso, mueve el corazon, escrito con amor y lo mejor … lo transmite. Gran escrito
Refleja la sensibilidad de su autora. Mil gracias por esas palabras.