Por: Camilo Parga Azula
Periodista colombiano en España
Era el viernes 13 de marzo del 2020 en España, yo estaba en Segovia, ubicada a una hora de Madrid, adelantando un máster en Comunicación con Fines Sociales. Junto con mis compañeros estábamos con la incertidumbre de la continuación de nuestras clases, pensamos en el posible cierre de la universidad y de un cercano caos que ya empezaba a mostrar el pánico de la gente con lo visto en Italia y lo que se veía se iba a replicar en España por el covid 19.
Acordamos con un grupo de amigos vernos el sábado 14 para caminar un rato a las afueras de la ciudad, disfrutar de la naturaleza y después cenar juntos. Curiosamente la llamamos, mientras acordábamos el plan, que se llamaría la última cena y hasta la hora en que se redacta este artículo, efectivamente, fue la última con mis queridos compañeros Charles y Vanessa de Brasil, Lara de Alemania y yo (Camilo de Colombia).
Eran aproximadamente las 12 de la noche cuando estábamos en casa de Lara, habíamos comprado comida y bebidas para pasar la noche, entonces nos llegó información por redes en la que nos informaban que el gobierno español ordenaba el confinamiento de inmediato y multa hasta de 600 euros a quienes no estuvieran en casa, nos miramos todos aterrados y tras confirmar la noticia, hicimos muy rápidamente nuestra cena, nos dimos un fuerte abrazo y como si fueranos unos roedores, salimos caminando rápido hacia nuestras casas, cada uno por distinto lado para evitar ser visto por las patrullas, como si estuviéramos cometiendo un delito. En el camino a casa veía de lejos las luces de algunas patrullas, trate de tomar los callejones más pequeños para evitar su encuentro, incluso me escondí detrás de un poste y más adelante detrás de un árbol tras el paso de las autoridades cerca de mí; en los 15 minutos más largos de estos últimos días llegue a casa y mis amigos me informaron que también.
La medida del gobierno fue paso a paso, muy lenta, creo que debió ser contundente e inmediata para evitar este contagio masivo e incontrolable que sigue sumando víctimas en un continente envejecido. Una semana más tarde mis compañeros de piso quedaron sin trabajo, Sara (una española) laboraba en un hostal como recepcionista y Dani (también español) trabajaba como camarero en un restaurante, ahora el único que tenía empleo era yo, porque trabajo en una plataforma virtual para Colombia y haciendo libretos desde casa, algo increíble que nos hace pensar en esa opción del teletrabajo ahora más que nunca.
En la casa estaba además Lis, de 13 años, hija de Dani quien está separado de la madre de la niña quien vive en Madrid, ambos acordaron traer a Lis a casa pues en Madrid tendría más riesgo que en Segovia un pequeño pueblo de apenas 50 mil habitantes, también nos acompaña la mascota de la casa, Canela, una perra adoptada, quien es una razón más para salir unos segundos de casa para sus necesidades.
Por fortuna para mí, Sara y Dani son excelentes personas, al igual que su hija, quien a su corta edad es muy madura y tiene claro sus ideales, desde el inicio nos propusimos hacer siempre ejercicio juntos a las 7 pm, comer juntos, ver películas y disfrutar de los juegos de mesa. Sin falta nos asomamos a las 8 pm por las ventanas para agradecer a los trabajadores de la salud y darnos ánimo entre todos, sobre todo enviar buena energía a la mamá de Sara, que es enfermera en Salamanca.
Cada día que pasa leo los interminables mensajes por redes y me asombro de muchas cosas. Por un lado, de la creatividad y el ingenio de muchos para pasar el tiempo. Por otro de lo egoísta de muchos líderes políticos, inconscientes. En otro extremo la naturaleza, el planeta que acabamos todos los días, se compone un poco de la contaminación que le causamos. Tiene ahora más espacio, el que nunca debimos arrebatarle. Así un sin número de reflexiones que nos cambian la vida y el pensamiento.
Aprovechar el tiempo con los seres queridos, valorar la vida, llenarnos de principios que se han perdido, conectarnos entre nosotros mismos, con la naturaleza, trabajar hacia el mismo lado, dejar de competir, dejar a un lado la ambición por el dinero y por el poder, ser más sencillos, solidarios, tolerantes, humildes, no tan superficiales, tantos conceptos que sabemos es el deber ser, pero a veces los olvidamos.
Espero que esta crisis mundial, que tiene un costo de muchas vidas (estoy viendo como personas cercanas acá en España han perdido en un solo día a sus padres, a sus abuelos de manera dolorosa) nos llevará a ser mejores al salir. Muchos de mis amigos lo ven difícil y creen que volverá lo mismo, que serán inconscientes nuevamente y se van a sumergir de nuevo en el consumismo descontrolado, en el individualismo, en la indiferencia. Pero yo aún guardo la esperanza de que cambiemos nosotros y las futuras generaciones para que el planeta respire el verdadero significado del Amor.